Una chica llegar al café con una tabla de surf fish, gafas de sol y una camisa negra enorme. Me recordó a ti. Quise ser como ella, surfear mejor. Quise ser como vos, el duro. Siempre libre, siempre saliendo, cortando árboles o surfeando con tus amigos que vivían en carpas en la playa, en vez de llorar en la cama como yo. Haciendo nuevos amigos y nuevos amores, en vez de recordar al mismo hombre como yo. Yendo a fiestas y no escribiendo desde el escritorio en mi cuarto como yo, mirando cómo la luz se va apagando en el océano.
Anoche me abracé a mí misma y susurré que me voy a amar de todas las formas en que mi mamá no lo hizo. Grité en la casa grande y vacía. La noche, Kali, la diosa madre de la muerte, se llevó mis gritos. Se lo entregué todo. Elegí entrar en el fuego, sabiendo lo aterrador que sería este mundo sin mi mamá, sin mis ilusiones. Igual decidí caminar por ese camino, sin ninguna promesa adelante, sin nadie que me ame de vuelta, sin nadie que me sostenga excepto estos dos brazos flacos, sin otro torso que el mío, el que estaba en llamas, el que dolía al tocarlo.
El duro. Ese fue el camino que vos no pudiste soportar. No eras lo bastante fuerte para esto. Dijiste que éramos una buena pareja. También perdiste a tu mamá. Siempre aferrándote a mí como un gatito que casi se desvanece. Casi completamente vivo, aferrado a mi estómago con tus garras, tus dedos monstruosos en mi pelo, tirándome al suelo. Abriéndome las plantas de los pies con las piedras de tu patio. El duro, tan asustado, tan, tan asustado. Yo también tenía miedo. Siempre tengo miedo, pero soy mucho más fuerte que vos.
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